De las puntocom a la inteligencia artificial. Descubre cómo hacer de la burbuja de la IA una ventana de oportunidad (y evitar ser parte del 95 % que no obtiene retorno)
A finales de los años noventa, Internet era la nueva fiebre del oro. Cada empresa “.com” parecía destinada a cambiar el mundo, y los inversores competían por subirse al tren digital. Bastaba con tener una web para atraer capital. El índice Nasdaq, el termómetro de las tecnológicas, creció casi seis veces entre 1995 y marzo de 2000. Parecía que el crecimiento sería infinito… hasta que dejó de serlo.
En los dos años siguientes, el Nasdaq perdió el 78 % de su valor. Miles de empresas desaparecieron, millones de inversores se evaporaron y la euforia se convirtió en escepticismo.
Pero lo esencial sobrevivió. De aquel colapso surgieron la fibra óptica, los protocolos modernos de comunicación y los hábitos digitales que transformarían nuestra forma de vivir. Sobre esas ruinas, Internet se consolidó como la infraestructura más poderosa de la era moderna.
De la tecnología a la cultura
La diferencia entre quienes desaparecieron y quienes prosperaron no fue la tecnología, sino la lectura del cambio. Mientras unos entendieron Internet como un proyecto técnico (“tener una web”, “vender online”, “aparecer en buscadores”), otros vieron una transformación cultural: una nueva forma de buscar, trabajar, comprar y comunicarse.
- Google no inventó los buscadores: entendió que el conocimiento sería el nuevo petróleo.
- Amazon no inventó el comercio: entendió que la confianza en la compra online sería la nueva tienda.
- Microsoft no inventó la nube: entendió que el trabajo dejaría de ocurrir entre cuatro paredes.
En todos los casos, el acierto estuvo en apostar por los comportamientos humanos y no por la tecnología en sí. Ese matiz cambió el rumbo de la economía digital.
La nueva burbuja: inteligencia artificial
Veinticinco años después, la historia vuelve a escribirse, solo que con otro protagonista: la inteligencia artificial. De nuevo, las inversiones se disparan, los titulares prometen revoluciones diarias y los fondos buscan su próximo unicornio. Miles de empresas compiten por lanzar pilotos de IA, aunque la mayoría carece de impacto real o alineación con el negocio.
El paralelismo con el año 2000 es evidente: en aquel entonces, muchas empresas veían Internet desde un ángulo técnico; hoy, muchas hacen lo mismo con la IA. Y vaticinamos un resultado similar: una burbuja que no destruirá valor, pero sí llevará acabo una selección natural.
El espejismo de las integraciones
Numerosas compañías han construido su negocio sobre capas de software de terceros, principalmente APIs de grandes fabricantes. Decenas de startups que basaban su negocio en esas integraciones perderán su ventaja competitiva y simplemente… desaparecerán. La reciente aparición de OpenAI Agent Builder, una plataforma que permite crear agentes inteligentes visualmente, integrar el Model Context Protocol (MCP) y automatizar procesos sin programar, lo deja claro: cuando el fabricante te sustituye, tu empresa deja de tener sentido.
Herramientas como ésta comienzan a ocupar el espacio funcional de plataformas como n8n, Make o Zapier, reduciendo la ventaja competitiva de quienes solo ofrecían integraciones. El mensaje es nítido: si tu propuesta depende de un intermediario tecnológico, nadie puede garantizar tu sostenibilidad.

La trampa de la microproductividad
Este problema podemos trasladarlo a las empresas usuarias, que han desplegado una multitud de pilotos de IA desconectados entre sí, sin estrategia ni gobernanza.
Chatbots que nadie usa, dashboards que nadie consulta, automatizaciones que nadie mantiene… El entusiasmo inicial se ha traducido en microproductividad sin dirección.
Según un estudio reciente del MIT, el 95% de las empresas que han implementado IA no ha obtenido retorno económico medible. La causa principal no es técnica, sino estratégica: falta de alineación con los objetivos de negocio.
Como ocurrió con Internet, la actual “burbuja” de la IA no destruirá valor, lo redistribuirá.
Desaparecerán quienes sólo integran tecnología; sobrevivirán quienes construyan ventaja competitiva sobre datos, gobernanza y visión. Las empresas que lo entiendan serán las Google, Amazon o Microsoft del nuevo ciclo. Las demás, alimentarán la gráfica de una burbuja.
De la moda a la dirección
Al igual que hace unos años, la verdadera disrupción no está en “usar IA”, sino en repensar cómo se toman decisiones, cómo se ejecutan los procesos y cómo se crea valor con inteligencia. Una estrategia de IA sólida no empieza con elegir un modelo, sino con entender dónde puede generar impacto sostenible.
Esa estrategia debe:
- Identificar los procesos críticos donde la IA puede crear ahorro o ventaja competitiva.
- Diseñar la infraestructura de datos y gobierno que permita escalarla con control.
- Integrar las capacidades de IA (predictiva, generativa, cognitiva) en los flujos reales del negocio.
- Medir impacto y adopción con rigor financiero y continuidad.
Cuando la IA se integra como una capa transversal de decisión y eficiencia, y no como un experimento aislado, deja de ser moda para convertirse en dirección.
Por dónde empezar
Una estrategia de IA no comienza con tecnología, sino con preguntas adecuadas:
- ¿Qué áreas de mi negocio son cuellos de botella o palancas de margen?
- ¿Qué datos tengo y cuáles necesito para automatizar con sentido?
- ¿Qué tipo de IA (predictiva, generativa, simbólica, etc.) puede aportar valor real?
- ¿Cómo garantizo gobernanza, escalabilidad y adopción interna?
Responder a estas preguntas exige metodología, visión transversal y conocimiento del negocio. Para obtener una hoja de ruta que combine resultados inmediatos con estructura a largo plazo.
Porque, al fin ya la cabo, no se trata de tener más IA, sino de tenerla bien pensada. Y ahí empieza el trabajo que muy pocos están haciendo. Precisamente por eso, la ventana de oportunidad aún está por aprovechar.